Cuatro palmos de tierra, Zaide, no más grande que tu casa, te servirán para hacer valer el principio inamovible de que no son tantas las cosas que se necesitan para vivir sin apuros. Si de las semillas que sembraste, de los frutos y productos que resulten pretendes alimentarte, huyendo de perniciosos mercaderes, de sus zalemas y tretas, te digo que como el más sabio de los sabios obras; que los hondos surcos de tu huerta, como trazados por tí en la gleba, te han de parecer cuando verdeen, senderos que a la misma gloria conducen; y en agraz o ya maduros, pocas cosas serán comparables a la de ver cómo se han hecho grandes y fructificado, hijos de tu voluntad y destreza, lo que con tanto afán y sudor cultivaste y cuidaste. Siempre, más ventajoso será vendimiar lo propio que lo ajeno, y, más que nada, saber a ciencia cierta que sólo tú, para que crecieran más saludables y sabrosos sus frutos, abonaste y trabajaste con empecinada ilusión la tierra. Si te empeñas, no habrá furor de los cielos, que con tu amor a lo que otros abandonan y es en tí preciosa y ancestral doctrina, ni con tu huerta pueda.
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