Tan callando, como decía Jorge Manrique llegaban y se esfumaban las cosas mundanas, sin eximir a la propia vida, se nos ha echado encima la Nochebuena, llena de sol, pero con menos risas que otros años. A cuenta de las fechas y de la situación actual, se nos queda prendido unos momentos en la memoria una de las historias que más nos impresionaron en nuestros tiempos de aprendiz de lector: los Cuentos de Navidad de Dickens, una soberbia historia en la que se mezclan, como en todos los grandes relatos, la realidad, la ficción y un hálito que sobrecoge, habida cuenta de que, al menos nosotros, algunas noches posteriores a la lectura las pasamos en vela, esperando la venida de algún fantasma vengador, que todo lo creíamos posible, sin tener nada especial que nos remordiera la conciencia.
Ocurre que una legión de Mr. Scrooge, el insaciable avaro, el protagonista del Cuento campean a su gusto por los predios españoles. En su afán por atesorar riquezas, esta canalla, hurta, expolia, corrompe y empobrece más si cabe a quien ya lo era, por parecidos latrocinios sufridos con anterioridad. Lo peor de esta historia real, es que ningún espíritu vengador vendrá del otro mundo ni a tomar venganza, ni siquiera a hacerle pasar unos días en prisión.
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