Contemplando esta mañana, mientras desayunábamos, los rostros ensimismados de gran parte de los clientes del bar, pendientes de la pantalla del televisor que transmitía el sorteo de la lotería de Navidad, -que por tener ilusiones que no quede, aunque pocas veces se cumplan-, nosotros que poca fe tenemos en los juegos de azar, nos distraíamos, entretanto, pensando en otro símil que jugoso presentaba la pantalla: el bombo, tan redondo, es un trasunto del mundo, que al igual que aquél da vueltas y vueltas, sin parar; las bolas, los números, que poco más que eso somos en el orden del universo, los humanos, sometidos a los vaivenes con que ese mundo nos agita y expone a venturas y desventuras durante toda nuestra existencia. Como a aquéllos hoy, a tontas y a loca, sin ninguna regla, sin ningún fundamento que no sea estar dentro del mundo, la fortuna se deja caer alguna vez sobre la vida de alguien; un juego al fin y al cabo, como el de la lotería, nuestras perecederas vidas, sería la conclusión, con lo que no descubriríamos nada nuevo, ni, que conste, lo pretendemos. Es que acordes con el día, andamos de juegos y loterías en esta mañana un si es no es veraniega; y quién lo diría para estar a últimos del último mes del año, cosas de ese azar con que, de vez en cuando, le gusta enredar la naturaleza.
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