A estos días otoñales, a los que un suspiro se los come, de pródigas y cansinas heladas, y redondas lluvias de volatineras hojas, lo que les pasa es que se apuran por compensarnos del helado mordisco de las penosas madrugadas. Aduladores, nos saludan a poco tardar, cuando ya bien se distingue todo, con soles de cuentos de hadas y cielos que para ganarnos se disfrazan de lo que no son ni pensaban.
El reto sorprende a un pájaro aterido que no encontraba acomodo en ningún lugar de la calle. Canta alborozado sin creérselo del todo. Al reverbero de luces que le atosigan ahora, despierta un tejado y se despereza, abriendo los centenares de ojos de sus pardas tejas. Con ellos avizora ya sin miedo a la ciudad, algo dormida todavía, porque a ella, a sus miles de viviendas, que se arrebujan huyendo de nocturnos miedos, no es tan fácil arrancarles de un sopor que parece no se va a ir nunca.
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