Son fechas en las que las felicidades, su deseo, nos saluda aquí y allá, como una lluvia de parabienes que no cesa, y que escasamente, pese a la buena voluntad de los que nos las desean, va a cambiar el curso de nuestro destino. Con similar profusión, para no ser menos, las prodigamos nosotros, cumpliendo con la tradición y el calendario. Es algo que, sin duda, se agradece, aunque suene más a rutina que a una promesa que queda lejos de nuestras manos.
En realidad, más que pedir para todo un año, conocida la fragilidad de los tiempos y de nuestra existencia, sería prudente conformarnos con algo menos: pedir para sólo un rato, por mínimo que sea, en el que reír con un amigo, emocionarte con una canción, estremecerte con un poema, vibrar con un libro, ser parte de una melodía, de un amanecer, decir te quiero a quien te quiere, en el silencio amar a quien te ama, crecer un ratito con los tuyos, sin esperar otra cosa sino que la vida te vaya concediendo otros ratitos, otros minutos, otros momentos, porque en eso, en ese tránsito,en ese soplo divino, más que en cualquier otra ambición, se esconde la eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario