Está, como quien dice, de dulce la mañana, miel destilando, de inesperada placidez, por no hablar de una belleza deslumbrante, a poco que nos detengamos a contemplarla. Unas nubes que, por una vez, en muchas semanas, no son portadoras de agua, sino que se despliegan, casi transparentes, ornando un paisaje en el que obcecadas lluvias han transformado en un océano de verdes esmeraldas, por el que se deslizan, gozosos, los rayos de un sol que calienta en demasía, que se diría errado de fecha y estación.
Conclusiones que, sin ninguna intención oculta, saca uno de esta primaveral mañana, es la de que, al menos el tiempo, la naturaleza, no anda recorriendo parecidas vicisitudes que la actual de los humanos, para los que es nula la suerte de tener ni un momento de sosiego, y que cada hora es peor que la anterior. Para no sumirnos en un pesimismo que a todos nos va ganando, acojámonos el ejemplo que nos brindan días como estos, y a esos cambios luminosos, y, en fin, a esperar que, también, como en la naturaleza, algo de esa mudanza, tan ardiente, tan gloriosa, nos llegue.
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