Con impensados mimos y carantoñas, ha irrumpido de bruces un invierno que lo es sólo de nombre y tradición: no hay nieves en las cumbres, ni charcos en el suelo, ni amenazantes nubes pardas; ni azotan vientos desatados, ni asustan afiladas escarchas; es más, en el otrora ortodoxo tablero del tiempo, para hacer patente todas las ausencias de un insólito calendario. se ha colado un desquiciado sol. al que, ya puestos a transformar un escenario de despropósitos, achucha exudaciones y amontona fulgores.
No, no se extingue la vida y con ella nuestro mundo, pero quizás habría que prestar algo de caso a estos calores y a estos disfraces del tiempo, que puede que, si no el fin de lo conocido, anuncien catástrofes, tifones, inundaciones o temblores de tierras, en no importa qué lugar del universo. Y como no es nuestra intención fastidiar estas fiestas, tan cercanas, a nadie, optemos por saludar al invierno; sobre todo, porque uno y esperemos que todos los que leen estas desmañadas líneas, hemos tenido la fortuna de llegar más o menos sanos al comienzo de su reinado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario