Más que locura, como de común se le atribuye, creemos que febrero ha traído en sus entretelas una buena dosis de sensatez, recuperando a forzadas marchas y con hartas ganas algo que la atmósfera nos debía: un hurtado invierno, con sus aguas, sus vientos, sus heladas y sus fríos. Como una recién renovada hoja de cuchillos, de aquellas que los afiladores ambulantes de antaño, con su carrito, su rueda y su caramillo anunciándose por doquier, dejaban como nuevas, corta la brisa esta mañana a los pocos que con un valor que no es para contar caminábamos por las solitarias calles rondeñas. A ratos menguados nevó aquí, con un polvillo que revoleteaba sin saber dónde posarse porque no era granado, sino minúsculas briznas hijas de un invierno tardío, que más que nada vociferaban a pleno pulmón que una mudanza llegaba, y con profusa abundancia en las montañas, ahora mismo con cana y hermosa imagen, que con nieve o sin ella, nunca desentonan. Siempre fueron estas tierras, pese a la relativa cercanía de la costa mediterránea y atlántica, de suyo frías, que también en eso, siendo meridionales, nos diferencia de una ardorosa Andalucía; por ello, no es mala cosa recobrar
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