Es de ver como todo crece, porque ya crecen, como si nada, como si fuera abril, rosas en el jardincillo de mi casa; y crece el mes, casi a punto de engullírselo el comilón del tiempo, siempre voraz; y le crecen nubes, comiéndole la moral, tan adheridas las tiene esta mañana, a la testa del siempre visible San Cristobal. Y puesto a crecer, tapan el Puente hasta no dejar ver las carcomidas piedras de sus añosos muros, ni sus balcones, cientos y cientos de orientales, con la última moda de sus enhiestos palos incrustados en sus móviles, como antenas que los moviera sin parar, y sin dejar de farfullar ininteligibles salmodias, para eternizar el instante. Con buen humor, asevera un amigo, que aquí al lado, en el mismo polígono, nos han instalado una fábrica de engendrar coreanos, que ni de noche ni de día para y que, cotidianamente, nos mandan a las cercanías del Tajo, ya creciditos, porque así salen, varios centenares de ellos. Esperemos que todos sean del Sur y, camuflado, no nos venga un advenedizo de los del Norte, con su bomba anexionada al tórax.
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