Como ocurre con nosotros, para la naturaleza también hay días sin contenido, días tediosos, monótonos, de los que nada se espera de ellos porque un minuto es igual a otro y una hora a la que le sigue en su cansina marcha. Al de hoy, festivo para señas, de todo se le podría culpar menos de aburrido. Generoso ha sido en sus comienzos, cuando apuntaba el amanecer y la noche huía, con unas aguas que no por escasas dejan de quitar un poco de esterilidad a la necesidad que la tierra tiene de ellas. Sopló para más distracción durante todo ese tiempo un abrumador viento de levante, del que nos viene del Estrecho, y aunque se resientan los huesos y haga estragos en las mentes de más de uno de nosotros, seguro que fue el que empujó esas lluvias que derramaron gloria, por muy menguada que sea esa gloria. Y para que no abandonáramos las vastas salas del teatro al aire libre en el que estábamos, dio paso el día a una sinfonía de nubes, que primero se apresuraron a abrir enormes huecos en las alturas y luego, ya entre rayos de tímidos soles, navegar como almas que lleva el diablo, sin tino, jugando a disfrazarse, que para eso el carnaval está cerca, de grotescas, gigantescas, vaporosas figuras, amañando faces y caprichosas complejidades.
Día con identidad de invierno, en fin, que aunque no lo pareciera antes (hoy ya sí), es en lo que estamos y, para calmar ardores y apagar desaforadas sed, lo que queremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario