Característico era el uso de esta expresión, la de "sol de invierno", para indicar la acción atenuada de un sol sin fuerza, debilucho y como encogido en sus funciones de calentar la corteza terrestre y, por ende, a sus pobladores, humanos y, en general, a todo bicho viviente. Era la crudeza del invierno aupado en su cenit, la que venía a dar sentido a la frase, en momentos en los que, ateridos, buscábamos para combatirla las llamadas "recachas", o rincones más favorecidos o más protegidos del helor de la afilada brisa, junto a muros o rincones que de frágiles solanas servían.
Menos o ningún sentido tiene en estos tiempos actuales la dicha frase, porque los soles de inviernos suelen ser casi tan poderosos como los del estío, y poca protección de ropa de abrigo se necesita para acogerse a ellos. En todo eso pensábamos esta tarde llena de grises, seguidora de unos días en los que el sol, rey desde antiguo de estos predios meridionales, poco o nada aparece, y su falta, ya sea con ropaje de invierno o de verano, sí que sería una catástrofe, sobre todo cuando ya tenemos encima la de la falta de lluvia, otra maldición de los cielos a no dudarlo.
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