En esa frenética cabalgada que es la vida, con el notarial palimpsesto del tiempo borrando y reescribiendo estaciones, asoma de presente su huraña faz el invierno, con la fama de displicente que le da su negra historia de niño malo del año, al que todos, si le da por enfurecerse, o ya sin ataduras desbocarse, debemos temer y respetar para evitar males mayores. La paradoja, en realidad, surge cuando se piensa en el curioso hecho de que cuando más feroz y más daños provoca no es desatado, embravecido, sino tal como ocurre ahora, cuando el invierno se niega a asumir su papel de hechicero de la tribu de la naturaleza, con prerrogativas para mudar
cielos y soles hasta entonces impolutos en sombríos y nefastos. Que no ocurra lo dicho, y que los cielos se muestren pródigos en claridades y calores, da un tono especial, inesperado, a este día festivo, sin gélidas brisas, ni aguas tormentosas, ni borrascas en el horizonte más inmediato, como cabría esperar. No menos sorpresivo es el sosiego, grande, con que calles y plazas desiertas de caminantes, muestran su conformidad a los caprichos de un tiempo insólito, hoy que ya es diciembre de largo, casi enero.
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