Como todo, anda revuelto el tiempo, que no sabe cómo atemorizarnos más, si con furiosos levantes, auras casi vernales o imprevistas escarchas; pero ni alteraciones súbitas ni la agonía de un otoño, otras veces fecundante, llaman a la lluvia por la que están clamando unos campos asfixiados por esa impropia sequedad, que no es buena para su gleba ni para el equilibrio de la naturaleza, la de la tierra y la propia.
Y quieras que no, ese alivio que supone el agua redentora para una sed que no se remedia, se hace sentir en el ambiente tristón que se va desprendiendo obligadamente de brillos y fulgores, en espera de un renacer que no halla. Y lo nota más que nadie, el río, ya silencioso, un si es no es moribundo, que ha dejado de alzar su voz y de mezclar su familiar rumor al que produce la ciudad, con menos viajeros y más necesitada de voces amigas.
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