domingo, 8 de diciembre de 2013

MURALLAS DE AYER




     Hubo un tiempo, ya casi enterrado en los pliegues y meandros del brumoso pasado, en que las ciudades podían considerarse afortunadas si gozaban de la alta protección de murallas. Y no era sólo por estar con estas a salvo de enemigos y advenedizos que vinieran a trastocar la paz de sus calles, sino por la intima conciencia que tenían sus habitantes de que si con gruesos muros, torres y almenas se ponían sobrio freno a gente invasora de la más diversa procedencia, era porque la ciudad tenía un aprecio, un nombre,  fuera de sus límites.

     Hoy, Zaide, que las defensas de murallas han perdido su valor como útil bastión, lo conservan, no obstante, pese a cualquier temporal mudanza, como preciso y visible apunte de nuestra particular historia, y más en la nuestra, como hermoso testimonio que aglutina edades sin destruirlas; que es lo mismo que hacen ahora los soles y luces que se precipitan sobre ellas en esta límpida mañana de un diciembre que no lo parece.

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