Declina septiembre, lo que de acuerdo con canónicos parámetros de naturaleza atmosférica, debería traer aparejado, sin más, idéntica caída del verano. Ha entrado ya el otoño, pero aún queda lejos el espectáculo de las doradas hojas revoleteando con su incierto destino a cuestas de dónde las harán posarse descarados vientos. Muy lejos de eso, arriesgado sigue siendo exponerse no más de lo necesario a los rayos del sol, que queman todavía lo suyo.
Nos consta, pues, que hasta ahora, el otoño, recién surgido, sin recursos para implantar sus credenciales, anda algo desorientado, urdiendo planes para cuando lo dejen ser él y no su caricatura. No tan desorientadas parecen, sin tener que preocuparse de termómetros y barómetros, las múltiples bandadas de turistas que exploran de la mano de guías, o también sin ellos, los encantos de nuestros rincones. Algo que con la crisis ni siquiera ha faltado, han sido animosos visitantes. Otra cosa es el beneficio económico que proporcionan porque lo cierto es que los comercios y tiendas de recuerdos, que en otras épocas no daban abasto, o se hallan cerrados o con un vacío, los que sobreviven, desolador. Traerá cambios seguro la estación que ya tenemos, pero en otro aspecto, no en lo que se refiere al presupuesto familiar que como el mes, septiembre, ha emprendido un declive sin vuelta atrás.
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