Nos dejó agosto, aparte de sofocos indecibles, y una hoja arrancada al marchito calendario de lo que no vuelve, otras cosas que bien merecían un comentario y un recuerdo. En cualquier caso, como por su dimensión no pierde actualidad una de ellas, con gusto nos referimos a lo que fue con toda justicia noticia viva durante unos días en nuestra ciudad, para, de paso, añadir nuestra particular visión.
Más de una vez hemos hablado aquí del amor a la tierra en que nacimos, que independiente del nombre o belleza del lugar, a muchos nos acompaña sin cansarnos en ningún momento hasta la muerte. No siempre es así, desde luego. En Ronda, sin entrar en los motivos que les impulsó a ello, tenemos el caso ingrato de muchos grandes hombres, al que nacer aquí en nuestro suelo fue una mera circunstancia sin valor alguno, por lo que o no volvieron a acordarse de él, o incluso, lo que es peor, lo denostaron cuando hubo ocasión.
Por eso, en el otro extremo de la balanza, nada más que alabanzas nos merece la actitud de la familia de Antonio Sánchez Gómez, el fallecido periodista rondeño, al que el destino llevó pronto de Ronda, pero al que en los lejanos años 20 del siglo XIX veíamos proyectando versos y sueños en nuestros periódicos locales. Siguió el cariño de Sánchez Gómez a su ciudad desde fuera de ella, y lo que es más, supo transmitirlo a toda su familia que, ahora, acaba de instituir esos premios culturales que bien a las claras hablan de una actitud admirable para con nuestra ciudad y de que existen amores que, por fortuna, nunca ni nada los extingue.
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