Con el pane nostrum acompañándonos, no el del sustento, que ese gracias a Dios no nos falta de momento, sino el de los sobresaltos cotidianos, hoy nos llega el de la inminente representación del espectáculo de las aves de cetrería, de cuyo daño, de llevarse a cabo, para las autóctonas, (y no es uno de tantos como vienen sufriendo, sino tal vez el definitivo y letal) avisaba el pasado año en la web de la Editorial La Serranía, el profesor Juan Oñate, al que no cabe discutirle un conocimiento exhaustivo de cuánto significa la región y el reino animal que lo habita.
Remito al lector al contenido del artículo citado para que también él pueda considerar y cotejar los motivos del desastre medioambiental que ya, a partir de mañana, se prepara.
Pero es que el espectáculo, además, por si fuera poco, lleva aparejado ultrajes de similares características, y con más proyección, para el urbanismo histórico rondeño, ya que de un feroz puñetazo hemos mandado a los infiernos, a hacer puñetas, uno de los rincones de más encanto de nuestra ciudad: el que corría interior a lo largo de las murallas, junto a la iglesia del Carmen. Renuncié cuando lo vi, hace unos días a sacar una foto, porque sólo vi fealdad por todos lados, en su estilo, materiales y diseño o en su disparatada ubicación, y como no quiero volver más por allí, preferí guardar el recuerdo de cómo era hasta hace unos meses. Y una cosa me queda clara: el espectáculo puede que se venga abajo porque comercialmente no funcione, no por otra cosa, pero ese teatro, hermano del Espinel, de nombre y por ser un atentado, igualmente, contra un bello rincón, nos quedará para los restos.
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