Ese fuego que en manos de brisas y hasta vientos viajeros nos está llegando de la cercana África, nos tiene comido un poco el ánimo y las ganas de hacer algo práctico. Y es que hay que ver la lasitud que te deja en el cuerpo y el esfuerzo que cuesta mover las piernas. Esperemos que no sea el anticipo pequeño de lo que nos espera cuando lleguen los calurosos días del estío, ni augurio de que los termómetros, entonces, se vayan a multiplicar por tres en sus subidas con respecto a lo actual.
Trazado este panorama, que no es vernal, sino de plena canícula, la admiración más sonora surge cuando se piensa en el centenar de kilómetros que, en el pasado fin de semana, en sólo veinticuatro horas, sin temor a este tiempo, más propio de tapitas, cervezas y ventiladores y posterior siesta, ya montados en bicicleta ya aupados por sus propias piernas, se metieron entre pecho y espalda los sorprendentes participantes en esa prueba ya de fama continental. Aunque les esperara, en ese correr de locos generosos, un panorama de montañas y caminos de ensueño, como son los de cualquier recorrido por las trochas serranas, valor y constancia hay que tener, y no tanto juventud porque también vimos a quienes, al menos en años, no lo eran tanto. ¡Que nuestras aficiones y filias nos lleve siempre por senderos similares, con los que no hacemos el menor daño a nadie, cosa difícil hoy en día y nos alegramos el alma!
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