Esta mañana de mayo, más que primaveral, lo que ha hecho es hurtarle un trozo de esencia a sus hermanas de agosto, porque se ha dejado venir con un calor abrumador, diríamos que casi insoportable, teniendo en cuenta que nadie lo esperaba y que no nos ha dado tiempo a vestirnos con una ropa acorde a la temperatura reinante.
A la par que ese ardiente fogonazo imprevisto, como si estuvieran esperando escondidos en un portal a que la atmósfera se serenara, una multitud de visitantes han hecho pequeño el espacio entre la plaza de toros, el puente y miradores y balcones. Y no sólo ellos, sino que hemos visto abrir sus puertas tiendas de regalos y turísticas que llevaban desde hace tiempo cerradas. Para envolverlo más y mejor todo con una ilusionada esperanza de que la coyuntura laboral mejore, igualmente han hecho acto de presencia una docena de músicos ambulante que, con la llegada masiva de forasteros acuden a ganarse la vida. Tocan guitarras, acordeones o violines, y sones dispares pero melodiosos que ayudan a que esa mirada atenta a honduras y cumbres, tan impresionantes, sea más honda, más sentida y recordada.
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