A la gente de este ayuntamiento rondeño, algo que siempre hemos añorado, la siente uno cercana, cualquiera que sea su afinidad o discrepancia ideológica con el que se acerca a departir con ellos, o lo que es decir, la forma de ver el mundo y de interpretar las ideas que desde siglos lo recorren. Como en las acogedoras farmacias de antaño, en su generosa y amplia rebotica, hay de todo, en el buen sentido de la palabra, y hallamos tipos tan peculiares como Rafa Flores.
A Rafa Flores podría aplicársele muchos adjetivos, todos elogiosos, que le vendrían a la perfección. Pero creo, y me quedo con él, que el que más le cuadra, es el de "culebrilla", el de manojo de nervios, ya que en ese término, al menos, en los que le atosigan a él, cabe todo: una sabiduría antañona, no aprendida en los libros, aunque de éstos sabe mucho, una locura por hacer cosas bien y deprisa, y una simpatía avasalladora. Una de sus pasiones, el senderismo, los espacios abiertos, la luz, las cuestas de las montañas, sus misterios y magias, lo traen a maltraer, y le comen la vida, la noche y el día, con muchas horas en vela que se las pasa inventando rutas, allanando o avasallando picos y alturas descomunales, ideando correrías por los parajes de nuestra andaluza tierra; corriendo como loco de aquí para allá, cuanto antes, para ver qué aspecto tan singular adquiere la tierra, como si esos montes, esos deslumbrantes horizontes que ama, estuvieran en un tris de desaparecer o nuestro universo se fuera a hacer puñetas.
Y lo curioso del caso es, que arrastra tras de sí una legión tal de seguidores que son como de la familia, con motes y todos, que ya para sí quisieran muchas formaciones políticas. La tiene aquélla grey no sólo como patrón de esas andaduras montunas, sino también como santo y guía de una experiencia casi mística, como es la de arribar a un mundo sin ruidos, sin maldades, sin humos, la gloria en la tierra, vamos.
Aunque más gente había, fueron sobre todos ellos, sus correligionarios de un dogma sin misterios insondables, aunque algunas cumbres lo sean, los que ayer lunes en una de las salas del convento de Santo Domingo le aplaudieron a rabiar: primero porque con él, con Rafa, su vigía de los domingos, fines de semana, vacaciones y festivos, se sienten como en el paraíso, y luego, porque su ídolo, no de los de paja televisivos, presentaba otro estupendo libro de esa sorprendente editorial de la Serranía, Sierras Tejeda y Almijara, que para los pocos que no conocen a su autor, a Rafa Flores, lo dice todo, y mucho más, de lo que nosotros podamos contarle de él, de un rondeño que hay que cuidar y pregonar.
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