Noviembre está por la labor de recordarnos que este otoño, como la mayoría de los que hemos conocido, guarda en su repleta alacena más muestrario que el que exhibía hasta ahora, de brisas calmosas y cielos impolutos. Tal vez para no darnos el susto de improviso, que son los temibles, sus furias las ha comenzado a desencadenar con las sombras de la noche, que fue tumultosa, de agua, viento y ruidos de persianas y postigos.
Asimismo igual de desasosegados fueron nuestros sueños, transitando por extraños parajes, conviviendo en segundos fugaces con seres que parecían de los nuestros, pero que luego no lo eran; bordeando precipicios en los que creíamos condenados a caer; a veces huyendo, a veces riendo, a veces sin lágrimas llorando. ¡Cosas de los sueños y de las complejidades de una mente en pretendido reposo!
Tan abrigados y calentitos estuvimos, después, cobijado con las primeras mantas de la estación en nuestro lecho, cuando sueños y tempestades se calmaron, ya con visos de amanecer, que nos vino a la memoria otros tiempos parecidos de la infancia, cuando llegada la hora de ir a la escuela, pedíamos a nuestra madre, sin hablar, con cara de circunstancias, que, visto la furia de los cielos, se apiadara de nosotros y nos dejara ese día sin enseñanza ni maestros, gozando de nuestro reino de níveas sábanas e indecibles dulzores hogareños.
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