Hablábamos hace pocos días, de que el recuerdo de nuestros muertos más valía llevarlo dentro, donde mejor se guarda, se lleva y se conserva, sin necesidad de alardes exteriores; no obstante, hay ocasiones en que la memoria del amigo, del compañero, está tan viva y es tan permanente en nosotros, en un sector de gente que lo conocieron y estimaron, que es de buena justicia darle un homenaje, casi siempre espontáneo, en el que salga a la luz durante unos momentos, a la vez, volando juntos los sentimientos de fraternidad, de compañerismo, de ilusionada memoria que a todos nos aprisiona.
El amigo desaparecido se llamaba Juan González, de profesión ferroviario; una persona leal a sus principios, a su familia, a sus amigos. El homenaje se celebra en Santo Domingo, con asistencia de personas de muy diversos lugares. El acto resulta verdaderamente emocionante, ejemplar. Un número grande se prestan a recordarlo, contando episodios de su andadura por este mundo, con composiciones, con desgarrados cantos, con recitales de pianos y guitarras, como mejor saben que, más que cualquier metáfora, nos aclaran que, en cierto modo, sigue entre nosotros.
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