Mi naturaleza y mi despertador se dan cita, todas las noches, desde no sé cuándo, a las cuatro de la madrugada. Y no cuenta si voy a la cama con sueño o sin él, si fresco o amodorrado, si es festivo o de trabajo, si sereno o con lluvia. Un insólito enamoramiento que no deja de ser un incordio para el que lo padece.
Y no es que se esté mal a esas horas anómalas. No hay ruidos, el calor de la sabanas es acogedor, y tal es el sosiego que se diría que el mundo, tan inquieto siempre, se ha detenido en su incansable girar para echar una cabezadita, también él. Pero así suelen ser las cosas. Habrá que buscarle una ocupación y un solaz a esas horas vacías, mientras dure ese amor, que es de lo más apasionado y con trazas de no acabar nunca.
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