Perdurar es el sueño incumplido de la humanidad. Y como no es hacedero en nosotros, tratamos con idéntica obsesión que un poco de esa eternidad se instale en nuestras obras, en nuestras cosas, inutilmente, nos tememos. Y fabricamos puentes interminables, que unen continentes, gradiosos edificios, que besan las nubes, pinturas fantásticas, libros voluminosos, como si en su extensión radicara el secreto de una mayor longevidad; todo en persecución de ese éxtasis de imposible eternidad.
El autor desconocido de los versos impresos concienzudamente en la piedra, con vetas de mineral, de una de nuestras encumbradas carreteras, contemplando la ilimitada majestad del horizonte, por un momento se sintió omnímodo creador y dejó estos versos a su amada, de inalcanzable consecusión tal vez; otro sueño perecedero para que, al menos, si no él ni su sueño, algo quedara de su paso; cuanto más tiempo más gloria, le pareció.
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