Si las aves de nuestros campos y cielos nunca hubieran poblado la tierra, habría que crearlas que soñarlas, que adorarlas un poco, en persecución de acariciar y entender, aunque sólo sea mínimamente, ese mundo lleno de ensoñaciones, de cualidades irrealizables para los humanos; pero para salvaje y cruel, ya es sabido, pese a todo, el hombre, que alienta y estimula el proceso inverso: el que tiene como fin su desaparición en un suelo al que llegaron mucho antes que él.
Sin necesidad de salir al campo, uno recuerda, no hace tanto, un Tajo hendido por aves de todo tipo, posadas en las rocas, oscureciéndolas, ornándolas, esgrimiendo su derecho a cruzarlo a su arbitrio y señorío. Espectáculo sin precedentes, por otra parte. el que se nos ofrecía cuando iniciaban el vuelo, viendo sus acrobacias y sus estridentes gritos, sintiéndose no sólo moradoras, sino monarcas de un espacio único. Eran una de las voces de nuestro abismo. Desparecieron primero las de ellas, luego la de los campesinos de las huertas, de tal forma que hoy el Tajo es un espacio sublime, pero falto de sonidos armoniosos, si quitamos el del río empequeñecido asimismo por causas no naturales.
Nos alegra que para un grupo, escaso pero envidiables, de personas, (todos sabemos cuáles), las aves, el campo, el río, las montañas o los caminos, (o las denuncia a la justicia en defensa de ese patrimonio común)), sigan siendo para ellos un bien que hay que proteger a toda costa; porque el mundo, cuando falten, estará abocado a su fin, o será tan inhóspito que dudas generará el habitarlo, y es algo de lo que lleva tiempo alertando.
Allí estaban ayer, y no hay que dar nombres que todos sabemos, en nuestra Alameda, celebrando el Día Mundial de las Aves, algo que no necesitan hacer, ya que es lo que desde años, día a día, hora a hora, minuto a minuto, vienen realizando. Nuestra admiración y nuestro aplauso sin medida para ellos, que no pretenden halagos ni dineros y que se dejan la vida en un empeño que quiera Dios no sea inútil.
Nos alegra que para un grupo, escaso pero envidiables, de personas, (todos sabemos cuáles), las aves, el campo, el río, las montañas o los caminos, (o las denuncia a la justicia en defensa de ese patrimonio común)), sigan siendo para ellos un bien que hay que proteger a toda costa; porque el mundo, cuando falten, estará abocado a su fin, o será tan inhóspito que dudas generará el habitarlo, y es algo de lo que lleva tiempo alertando.
Allí estaban ayer, y no hay que dar nombres que todos sabemos, en nuestra Alameda, celebrando el Día Mundial de las Aves, algo que no necesitan hacer, ya que es lo que desde años, día a día, hora a hora, minuto a minuto, vienen realizando. Nuestra admiración y nuestro aplauso sin medida para ellos, que no pretenden halagos ni dineros y que se dejan la vida en un empeño que quiera Dios no sea inútil.
Antonio, tus comentarios derraman sensibilidad y compromiso por todos lados. ¡Ojalá! hubiera muchas personas que quisieran a su tierra, a la Tierra, como tú; posiblemente el mundo estaría un poco mejor. Esperemos que la masa dormida no despierte demasiado tarde.
ResponderEliminarUn abrazo.
Juan Oñate