En el ingente escenario del mundo, nada se ha representado más ni con más profusión desde el comienzo de la humanidad que la obra del amor. Una pieza con diferentes actos y final incierto, que no siempre acaba en sonrisa, pero en la que todos hemos sido protagonistas directa o indirectamente alguna vez.
En este instante en que escribimos, no sería posible contar en millones de horizontes, de rincones de esa tierra que nos cobija, las cientos de miles de forma que ese motor que mueve a nuestro planeta, el amor, se vale para expresarse. Una de las más novedosas, si es que hay algo nuevo en ese ceremonial tan viejo como el mismo mundo, es la de los candados. Nos cabe la duda de si lo que pretenden los enamorados es firmar un pacto de unión eterna, como el que simboliza ese objeto prendiéndose férreamente, con intención de durar, a la reja del balcón; o bien que nadie, salvo ellos, penetre en un terreno vedado para todos los demás, salvo para ellos.
Por nuestra parte, más pesimistas, no sé si los que colocaron los de la foto se habrán dado cuenta de otro simbolismo: el que representa el abismo cercano, por el que algún día podrían precipitarse sus sueños y promesas, que creían eternas si, como en tantos casos, se quedaran a la postre en nada.
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