El bar donde desayunamos, como queda muy próximo a su cuartel, suele ser frecuentado por miembros de la guardia civil. Al igual que todos los días, hoy se veía a gran número de ellos y la habitual rutina de mesas reunidas para acogerlos en grupos con cafés humeantes a su lado. Más que charlar de sus cosas esta mañana, sin embargo, miraban con atención al televisor,con algo de incredulidad y a lo que se repetía, a pesar de ser noticia de ayer tarde: ETA dejaban las armas.
Más que en ellos, al fin libre de esa pesadilla, pensé en nuestro amigo, en el militar de la esquina, al que los terroristas, de un tiro en la nuca, mataron hace unos veinte años, a un hijo, teniente del ejército, un joven que amaba los deportes, el paracaidismo, la lectura y la familia. La madre está enclaustrada en casa desde entonces, negándose a salir. ¿Qué pensará ella y su marido sabiendo que, más tarde o más temprano, los asesinos de su hijo y de las demás víctimas no tardarán en estar en la calle, vivos?
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