La búsqueda del agua, su acopio, y su traída, cuando no la había en la vecindad, constituyó una de las aventuras más perentorias y esforzadas de la humanidad, con los escollos, espinas y fatigas que su ineludible necesidad de consumo imponía a nuestros antepasados.
Un fascinante y laborioso estudio de cuanto supuso, a lo largo de un lento y angustioso caminar de hombres, instituciones y civilizaciones diversas, la llegada del áureo líquido a nuestra ciudad, es el que, con la destreza y amenidad de otras veces, que dejan constancia de horas de labor, ha presentado Pedro Sierra de Cózar en estos días, acompañado, en una autoría rotundamente familiar, de su hijo José Eugenio, que bueno es tanto tener el maestro en casa, como continuar la senda ya abierta.
Para ambos mi aplauso por la meritoria obra y porque son incontables los desvelos, y a veces los dineros propios, que la investigación conlleva hoy en España, con ayudas cuando llegan -lo que en raras ocasiones ocurre- de mezquinas para abajo.
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