Calmadas brisas, encumbradas nubes y una pizca de lluvia se alternaron en la plácida mañana del sábado para ser testigos del abigarrado transitar, casi corriendo, casi andando, casi rodando, jovial y animado, más una reunión de amigos que competidores, de los participantes en los llamados 101 kilómetros de La Legión.
Fueron, cabe decir, en realidad, una legión, las agrupaciones, los clubes, parejas, y particulares que decidieron, ya marchando ora en bicicleta, tomar parte en una prueba que cuenta como uno de los mayores alicientes el transcurrir por los incontables e incomparables parajes de nuestra Serranía. Se apreciaba en los rostros y actitud despreocupada y alegre de todos los dichos, un deseo, por encima de cualquier objetivo, de pasarlo en grande. Volvían los más, la mañana de este luminoso domingo, exhaustos, acusando la caminata metida en el cuerpo, pero con rostros en los que se percibía la satisfacción de haber disfrutar de lo lindo.
Piensa uno que, cuando los insultos, trifulcas y rencillas, es el pan de cada día en otros deportes, y a la vista queda lo ocurrido en los últimos encuentros de fútbol, es un soplo de aire fresco el que abriga a actividades como la presente: en la que, por suerte, no corre el dinero sino la ilusión de gozar de la vida, que, ésta, ya se sabe, es corta.
Piensa uno que, cuando los insultos, trifulcas y rencillas, es el pan de cada día en otros deportes, y a la vista queda lo ocurrido en los últimos encuentros de fútbol, es un soplo de aire fresco el que abriga a actividades como la presente: en la que, por suerte, no corre el dinero sino la ilusión de gozar de la vida, que, ésta, ya se sabe, es corta.
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