A pasos de tortuga, se nos viene el verano encima que ya, de aviso, nos ha dado varios toques de su segura aproximación. No son malos estos días, sin embargo, de transición de una primavera, -florida como nunca y tan voluble como suele serlo casi siempre, de nubes grandiosas y cielos equívocos que juegan a engañarnos con sus mudanzas-, a unos soles y calores que están deseando agobiarnos con sus ardores y apreturas.
Pero, más que nada, son buenas estas fechas porque con el tiempo calmo y las temperaturas equilibradas, todo el mundo se echa a la calle y la población lo nota, ya que son la gente la sangre de las ciudades que, sin ésta serían poco apetecibles. También, en brazos de la serena atmósfera llegan en masas los turistas, que, aunque nunca faltan, con la dichosa recesión, andaban un poco remisos a abandonar sus lares.
En la misma proporción que se animan lo forasteros, acuden los artistas callejeros, pintores y músicos, en especial. En nuestros rincones más frecuentados se ganan la vida exponiendo y vendiendo su arte, una nota más que colorea el paisaje, que algunos copian, para su mercancía y al que otros tratan de poner un himno o una nota de melancolía con las cuerdas de sus guitarras o violines.
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