Los días pasan raudos, casi tanto como esas nubes brumosas e indecisas que nos acompañan y que no cesan de ir de un lado para otro, zarandeadas por el viento, encubriendo o destapando retazos de cielo descolorido. Así, la vecindad del plebiscito que afecta a nuestro ayuntamiento y a todos los del resto del país queda, al compás de esa velocidad vertiginosa del tiempo, a la vuelta de la esquina.
Admirable, sabia y juiciosa la sensatez que nos muestra ese plácido pueblo serrano, Atajate, familiar por el número de sus habitantes y por su cercanía; pero diferente en su apreciación de cómo enfocar las elecciones, sin carteles y sin molesta y costosa publicidad de altavoces y de enmascarados y ruidosos vehículos. Su razón es convincente: se conocen muy bien, entre ellos, todos y cada uno de sus habitantes.
Su ejemplo, perfectamente, podría aplicarse a cientos de pequeñas ciudades y pueblos de nuestra geografía. A la nuestra desde luego. Todos aquí sabemos de qué pie cojeamos cada uno. No es previsible un cambio en el carácter o en las acciones de un día para otro. Ninguna foto, por muy grande coloreada y por muy bonachón que aparezcan en ella los candidatos, va a cambiar la opinión buena o mala que tengamos de ellos, ni nuestro voto. Un gasto, desde luego, inútil y que podría buscar mejores destinos.
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