La revolución sin armas, ni gritos, de los jóvenes airados ha llegado también a nuestra ciudad. No sabríamos decir si por ánimo de imitación de lo que ocurre en las poblaciones mayores, con la publicidad de los medios, escritos y visuales, o porque, veraderamente, los que se manifiestan en la plaza del Socorro lo sienten en sus carnes. Imagino que será por esto último, aunque no son muchos los que desde hace unos días vienen haciendo del céntrico templete su casa, a la que adornan con variedad de protestas escritas.
Nos parece bien que la juventud se percate de que la vida no es un camino de rosas, y que la protesta unánime, sin violencia es un camino válido, tanto como el que más. Es una suerte, por demás, que pueda manifestarse sin tener la amenaza de la cárcel como réplica inmediata, como en el caso de los mayores, entre los que me encuentro.
Algunos hemos vivido en una perpetua indignación interior desde hace muchos años, sufriendo dictaduras, abusos de jefes y directores en los trabajos, sin acceso a universidades, exilios familiares y un sin fin de penalidades; y con escasas posibilidades de hacer pública nuestra ira. Afortunados vosotros que podéis vocearla y pasearla. ¡Que sea para bien, muchachos!