Se halla en estas fechas tempranas de su recien iniciado caminar, la primavera hecha un mar de dudas, la pobre, recibiendo el influjo totalmente enfrentado de dos estaciones extremas entre las que transcurre su apresado curso: el invierno y el verano; uno resistiéndose con su cohorte de elementos inquietantes a irse y el otro asustando con aproximarse más de lo que debiera. Así anda la timorata de ella, soportando con espartano estoicismo, pese a todo, una dual acometida, como es la que arrastra los primeros rigores de un calor que quiere ser de estío, para sacudirnos en otra con una espectacular bajada del termómetro.
Es un tiempo óptimo, sin embargo, para recorrer ligero de ropa los mil senderos de nuestra ciudad, incluso los que, sin abandonarla del todo, se alejan de ella, momentáneamente, para recuperarla a poco. Esos paseos tan saludables y reconfortantes, te deparan, de vez en vez, alguna sorpresa. A la que me refiero, y muestra la foto, ya ha dejado, de serlo, puesto que llevo varios meses contemplándola.
Biografías admirables, a un lado, que ahí están al alcance de cualquiera que no tenga prejuicios ideológicos, un desconocido artesano, consciente o inconscientemente, ha elevado a nuestro paisano Fernando de los Ríos a los altares. Fuera despropósito o acto meditado, lo cierto es que uno se alegra del pasajero hecho, ya que no a todos los santos los recoge el santoral, e incluso, me atrevería a decir, hay otros que se han colado en él sin merecerlo. Permitimos los desmanes con su casa natal, que a nadie mordía, mientras que seguimos levantando estatuas a diestro y siniestro, y nunca a quien es ultraje no levantárselas. Por eso, auque sea de pacotilla, bienvenido sea, ese imprevisto "San Fernando de los Ríos", al particular santoral de muchos simpatizantes de su vida y obra, entre los que me encuentro.
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