Declina el mes, tristón que no enfurecido, como debiera ser, como era antaño. Un inventario de sus actitudes, lo cierto es, que no daría para mucho, ya que en aguas de borrajas, tan mansas como las de un estanque, quedarían sus pretendidos rigores.
Ni a amedrentar, ni siquiera a amenazar llegó, que ya es decir, siendo su fama y descalabros tales siempre; pero hemos de entender que, como el mismo desvarío actual de la humanidad, con sus tremendas guerras, barbaries y disparates, por otros derroteros camina también el tiempo; que, tampoco, pese a sus debilidades y dulzuras parece que sea cuestión de celebrar, porque a la vista están las catástrofes naturales que cada día sacuden en uno u otro rincón de su suelo, al planeta. Y es que si algún daño le hemos infligido, pagarlo debemos. Y de testimonial escarmiento tendrían que servir aquellas: ardua tarea cuando merodean por doquier tantos intereses políticos y mercantiles.
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