Adormecido
por la placidez de unos días que a primavera más que a otra cosa huelen, se diluye enero y con él su fama de mes aguerrido, inhóspito, procreador de terribles heladas y de fríos legendarios que temores fundados producían. Este no es mi enero, que me lo han cambiado en uno sin agallas, sin ni siquiera energías para azuzar nubes y atraer catarros y tiritones. Lo pregonan sin más, tenues lluvias que a risa mueven; flores que milagrosa y extrañamente a otras estaciones pertenecen, y una quietud, y unas brisas que ni son gélidas ni a ser furiosos vientos aspiran.
El tempus fugit, el tiempo huye, que es lo suyo sí, pero tan premioso y dulce que nadie lo diría, y hasta esas campanadas de una iglesia cercana se incrustan en la mañana, lentas, perezosas, henchidas, demorando el grave ton ton de su sonido, que tarda una eternidad, como el tiempo, en desvanecerse.
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