Zarandean, implacables, con harta saña, Zaide, los políticos al país, que no, como debiera ser, a la inversa. Y el nefasto proceder, no hay que decirlo, deja tras sí una huella bien impresa de desolación y miseria, ahogando hasta matarlos a los que, desde que el mundo es mundo, en todo tiempo y lugar, han de injustamente penar por los errores y ambiciones sin límites de los que, aupados a los más altos estadios del Gobierno, solo anatemas, estigmas y desprecios merecen.
Ignora el pueblo, en su sentido más lato y débil, cómo es posible sembrar vanas promesas de bienestar, que, sí se dieron luego en riquezas y haciendas; pero que solo a ellos aprovecharon, y, desde luego, en creciente pobreza y hambre para los demás. Y no hablamos de ideologías, que, estas, en todo momento, en todo tiempo y lugar, pueden ser perversas o benéficas, dependiendo de los hombres que las utilizan: dignidad, honradez, humanidad es la palabra, el concepto, que por ningún sitio de los que a los gobernantes lleva, aparece.
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