sábado, 23 de enero de 2016

ARBOLES SIN HOJAS, PERO CON ALMA

      Mandan en esta época del año los árboles y su total desnudez, que en eso sí que no han cambiado los tiempos, ni lo ha trastocado la desusada placidez actual de los días. Hay una duradera belleza en los árboles cuando airean sus tupidas copas y frondas en pleno verdor; pero si nos fijamos, más de aquella anida en la severa majestad de esos ejemplares sin vestiduras que se dirían se hallan incrustados en el paisaje, como amodorrados centinelas que, por un descuido, nos dejan ver lo que no estaba permitido contemplar. Simulan con la proyección de sus nervudas y entecas ramas, un si es no es empinándose hacia más etéreos escenarios, y a su vez desmayándose en clara horizontalidad, una promesa, no ya de gráciles hojas y de irisados colores, sino de un inmenso abrazo a quien tenga la voluntad y paciencia de esperar su transformación. Hasta tanto, ahí andan, enhiestos, con sus grises y pardos troncos, serenos en una espera que es tránsito y mudanza a la vez.  

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