Si quieres que un sentimiento te identifique, arrope y abandere, no te olvides, Zaide, de ejercitar tu espíritu para que sea tu dueña, y a la vez tu solícita fámula, la inefable ternura. Siempre alejada de cualquier ruidosa exaltación; de la que no manan desafueros y furores, sino enjambres de amores que fin no tienen; un desvivir por ser parte de otro ser; un desasosiego por remediar sus males, si los tuviera; de cuido y no descuido, de guardarlo de sus años, que en balde no pasan, de sus temores y asechanzas. Con otros ojos te harán mirar la ternura a los más cercanos:
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