Amargamente te quejas, Zaide amigo, de tu mala fortuna, adversidades y más adversidades. Te lamentas de que lo que otros encuentran como por encanto al nacer, o les viene a las manos como llovido del cielo a lo largo de sus humanas existencias, a tí te cueste un mundo conseguirlo, si es que llegas a hacerlo, porque no siempre hallas la forma.
Te respondería que son meras excepciones las que refieres, y que, aunque en ello no quieras encontrar consuelo, multitudes ingentes serán las que, al igual que tú, habrán de atenerse sin ninguna ayuda ajena a sus propios medios y a los que, como te sucede a tí, costará sudores, horas de insomnios y privaciones alcanzar lo que persiguen. En nadie que sea más beneficiado que tú por dones, provengan de donde sea, deberías pensar; sí en que cuando a aquellos privilegiados de los cielos los tumben tormentas y vendavales, que con seguridad les soplarán, a tu vera pasarán como juguetonas
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