Por las estelares cumbres de un estío de tenaces hogueras y próvidas luminarias, apabullados caminamos. Arrasó su hermano mayor, julio, con todo lo que a su devastador paso hallaba, para tornar verdor en páramo y amable fronda en estéril pedregal.
Desvanecido, arrinconado en la buhardilla del recuerdo, queda el fugitivo soplo de otros agosto de antaño, de doradas cosechas, redondas heredades, atronadoras trillas y paja en remolino al viento de la mañana, de frío al atardecer en los atezados rostros de meridionales campesinos. Todo ahora, nada más que un lejano ayer, con nula relación, a no ser la del nombre, con este y otros últimos agosto, una
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