La economía se mueve, exclaman con la euforia en el cuerpo, orgullosos del presunto éxito, los que nos gobiernan. Mirando, por ejemplo, el movimiento de locales en obra que aparecen en nuestra calle mayor, habrá que reconocer que algo hay de cierto en cuanto a ese tráfago de obreros que van y vienen, adaptando, esperanzados, comercios para una próxima apertura. Se diría, para un observador sin ganas de profundizar, que se trata del comienzo de una recuperación de la crisis tan esperada como necesaria. Lo cierto, sin embargo, es que lo que contemplamos ahora no es nada nuevo, sino una repetición de lo que viene ocurriendo estos últimos tiempos. Un esforzado intento, eso sí, de muchas emprendedoras familias por iniciar nuevos negocios que se preven rentables pero que, con suerte, no durarán más allá de uno o dos meses, cuando, agotados todos los recursos, se cercioran no sólo del fracaso, sino de que se hallan, con el dinero invertido, peor que antes. No, no se mueve lo más mínimo la economía en el sentido en que los políticos hablan, al menos por aquí, sino que, cada día se estanca más y más.
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