Con un febrero, con máscara de enero, que ya en su corta vida nos ha dejado nieve, viento, escarchas y hielo para dar y tomar, esta mañana es el agua la que nos acompaña; no tormentosa, sino plácida, beneficiosa para el espíritu y para el cuerpo.
Visto y no visto, pese a los rigores del tiempo, el albo atavío con que se vistieron los riscos y laderas de nuestras montañas, desde las más encumbradas y lejanas hasta las familiares que besan valles y cañadas recorridas por el Guadales, colmando entre todos una protección que redunda en el esplendor y bondad de las cosechas.
Pero habría que hablar una vez más de esa corona de montaraz turquesa que, descendida de los cielos rodea a nuestra ciudad, porque lo cierto es que, acostumbrados a contemplar la faz cambiante, multiforme, dentro de su aparente hieratismo, de nuestras montañas, diríamos que hoy, que nos las ocultan las nubes, nos falta algo muy nuestro.
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