Observa, Zaide, y me darás la razón, que si hay objetos inservibles en este mundo en el que vivimos y fenecemos, estos son los espejos; esos en los que todos, unos más que otros, nos miramos, aviamos, presumimos o nos apenamos por nuestro aspecto exterior. En el reflejo de otros elementos se miraba la humanidad cuantos todavía aquéllos no se habían inventado: en las aguas de los ríos, en los charcos de la lluvia o en las pulidas superficie de otros instrumentos.
Pero sin acudir a nada de eso, sin verte, quieres verte, sólo mira a tus amigos, los que lo fueron de niños que ya no son; mira a sus ojeras, sus arrugas, su lento caminar; más o menos acrecentados o disminuidos los tuyos son, ¡para qué más espejos!
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