Una añagaza más, en esta ocasión, la del mes, la de hacerse el loco, incluso el magnánimo, después de tenernos todo él, sin faltar un día, en verdaderos aprietos con sus continuas mudanzas; unas tras otras para peor, en un inacabable muestrario de elementos desatados, para admiración de todos los que a juzgar por su actuación de precedentes época y años, lo considerábamos más bien un timorato, algo ido, pero no con las feroces actitudes termométricas que han sido su constante.
El caso es que la mañana luce primaveral, llena de encanto, con amables auras, y rayos que sacan brillos y colores a incipientes malezas, donde desde hace tiempo no existía más que desnudez e invernal desolación. Grata despedida, pues, la de febrero, que quiere que el último vestigio que nos quede de él, olvidando lo pasado, sea el de hoy, festivo para más gloria. Que lo consiga está por ver.