Un resto de madrugada queda, ahora que ya estalla la mañana, con ese trozo de luna que se dijera ha trasnochado más de lo que debiera y que sin conseguirlo trata de pasar desapercibida birlándonos parte de su redondez. También en nuestros hogares restos quedan de las lides libradas en las pasadas fiestas; indigno derroche aunque se quiera disimular con toda clase de eufemismos que tocan a nuestra sensibilidad para ofuscarla. Restos de juguetes, caros y olvidados nada más entregarlos. Restos de comidas, con todas las posibilidades de acabar en el contenedor más cercano, que todavía duele más a los que conocimos otros tiempos nefastos en los que la tesitura no era qué comer o dónde comer, sino cómo comer. La alegría mayúscula de todo este negativo discurso, nos la da una vez más la ciudad muy desatendida estos días, con su serenidad y paisaje, a la que ufanos volvemos aunque no volvamos victoriosos de ninguna cruzada ganada, más bien un poco lo contrario, y que hemos vuelto a reencontrar.
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