Vislumbrando estremecedoras desnudeces, se diluye el mes, y no hay porque buscarle parangón a esta extraña anuencia por estas fechas de la naturaleza, entre desnudez, la total de los árboles, y frío, el normal de enero, con la de los humanos, a menos voluntariamente, porque si aquélla lo soporta con filosófico estoicismo y plena conciencia de lo que le toca hacer en cada momento, para nosotros, más frágiles, sería difícil de aceptar. No hay caso, en cualquier forma, ya que no sólo no nos desprendemos de ropa, sino que tendemos a enfundarnos con todo lo que pueda ayudarnos en la lucha contra las escarchas y heladas de la estación.
No nos hirió el mes en demasía, tuvo sus períodos de helor, de vientos, más o menos encrespados, y de pertinaces aguaceros; pero en la mayoría de los días y de las ocasiones, nos dejó contemplar su sol, ese por el que tanto suspiran en otros lares, no sólo fuera de nuestras fronteras patrias, sino dentro de ellas. Al amor de sus nobles rayos, se ve el mundo con otro color y algo de su fuego, será difícil que no llegue con sus profusos ardores a nuestros sufridos y débiles huesos, ¿qué más pedir?
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