Con estos cambios climáticos -tan reales como la vida misma, por mucho que quieran hacernos ver otra cosa los que por todo el mundo con harta altanería nos gobiernan, para alejar todo lo que de culpa les cabe, que es mucho-, los dictados del invierno, en otro tiempo puntuales a su cita anual, cada vez son más imprevisibles y distantes. Pero, claro, a veces, la estación recuerda que alguna diferencia ha de haber entre ellas, como siempre fue, y se deja ver, como en esta mañana, fría, pero sin exageraciones, porque el sol luce y se quiera o no, incluso en ciudades de altura como la nuestra, es un sol meridional el que manda, que si sale es para calentar. Tanto, que uno, agobiado por las agoreras previsiones de un temporal de no te menee anunciado a bombo y platillo por los medios de comunicación, se ha enfundado tanta ropa, por arriba y por abajo, que no creo patrona tanta encima los que iban a las cruzadas. No es nuestra postura exclusiva, por eso cuando siguiendo la placentera ruta del sol, por donde mas da, nos cruzamos con otros paseantes en idéntica situación de grosor de atavíos, nos miramos con cierta extrañeza, como si tuviéramos delante un espejo.
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