Desperezándose andan el año y, por ende, la gente que aprovecha el respiro que le da el día festivo para reponer estragos de comidas, más abundantes y profusas que de ordinario, y de esfuerzos para quedar bien con unos ritos que no por antiguos y tradicionales son menos actuales. Y se une la mañana, que también hace acopios de energías y se deja adormecer en ese sol que no es suyo, invernal, sino puramente meridional de otras estaciones o de otros perdidos hemisferios.
Por lo demás, ningún cambio de importancia, ninguna ruptura de excepción que suponga algo nuevo en nuestra existencia, en nuestro caminar de peregrino, con idéntico cayado de nuestras manías a cuestas. Ya pasaron los dorados días de los propósitos inútiles porque poco duraban; cuando se iniciaba el año intentando dar un giro en determinados aspectos a nuestras costumbres y hábitos, como si el hecho de estar en el comienzo de una fecha, marca ficticia de un tiempo sin marcas, fuera mágico talismán para transformaciones milagrosas o arduas. Lo que es la vida: ahora no sólo no tratamos de cambiar nada, sino lo que pedimos con denodado empeño, con ahínco, es que nada cambie, ya que de haber mudanzas serían con certeza para peor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario