Este interminable pasillo de consultas externas del hospital, es como su calle mayor, su calle de la Bola. Por aquí todo el mundo pasa, con sus muletas, sus brazos en cabestrillos, sus apósitos o sin nada, pero con sus males a cuestas; mas todos buscando sus doctores, sus remedios, sus pócimas milagrosas, las puertas tras las que se ocultan las consultas y los que pueden con suerte dar un giro favorable a sus achaques. Los demás, sentados en primera fila, la única disponible, esperamos lo que haga falta.
Con esto de la reducción del tiempo de consulta, la puerta al pie de la que estamos esperando pacientemente a que nos llamen, no permanece ni un momento quieta, vomitando pacientes y personas de batas blancas, a un ritmo frenético que sorprende; se pregunta uno, si, cuando entremos, tendremos tiempo siquiera de dar los buenos días antes de que nos pongan de nuevo en la calle, en este pasillo calle principal del hospital, que, por otro parte, es lo que estamos deseando, lo critiquemos o no.
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