En ese trajinar sin medida en que se halla inmersa perennemente la madre naturaleza, ahora en su deambular por los floridos prados de mayo, es muy de admirar, hasta quedarnos sin resuello, boquiabiertos, contemplar el afanoso parto, donde antes no había nada que lo indicara, más que radiantes y celestes cielos, de una nimia, insignificante nubecilla, que ni abultaba ni casi se hacía ver, desorientada, extraviada en los confines de un horizonte que hoy se dijera no era el propio.
fugaces instantes son legiones desbocadas, voraces por ganar espacio y terreno, las engendradas en tan milagroso alumbramiento, hasta ganarle el pulso y el ánimo a los poderosos cielos, desaparecidos de pronto, pero no yertos, desde luego.
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